Quién hubiera pensado que acabaría donde estoy, quién hubiera apostado por este final habiendo otros tan probables. Después de tantas formulas, tantos teoremas, tantas horas… Acabaría aquí, preguntándome si me gusta la Odisea, o si en cambio, me gusta más la Ilíada.

Quién iba a pensar que aquel discurso casual de primero de bachillerato sería el primero de muchos frente a un micrófono, que aquel recuerdo imborrable de mi primer papel en una obra delante de un público se convertiría en un día a día. Que todos esos versos perdidos en los márgenes de apuntes de alguna chica se condensarían en este blog; que todas las veces que esculpí frases colocando la palabra precisa en el lugar que creí correcto se han convertido en ese porqué, que como diría Nietzsche, justifica la mayoría de los comos.

Por más que busco una explicación mientras fumo apoyado en alguno de los árboles que inundan de sombras mi nueva universidad no llego a ningún sitio. Cada vez que me descubro distraído al escribir la antología de un filósofo del siglo pasado en la rebosante mesa de un perdido departamento de filosofía me pregunto: cómo he llegado hasta aqui.

No querría estar en otro sitio pero…

¿Teatro? ¿Griego clásico? ¿Derecho romano? Desde cuándo sé que lo que llevo queriendo ser siempre es ser profesor. ¿Cuánto tiempo llevo engañándome? Cuántas veces elegí, sin darme cuenta, las pequeñas cosas que terminaron llevando mi camino hasta este lugar.

Pese a tener tantas preguntas siento una infundada tranquilidad; puede ser porque tengo un plan o porque me da igual no seguirlo.

Es verdad que siempre tuve una facilidad innata para los números, quién iba a pensar que también tendría desde siempre una pasión por las letras.
Quién iba a pensar que mi camino elegiría estas últimas, quién hubiera pensado que me dejaría de gustar la cerveza.