Bestiarum I

 

«El peligro de un héroe no es morir en las fauces de un monstruo. Es permanecer demasiado tiempo en el abismo y terminar siendo una bestia más. «

Tengo en los dedos manchas de pintura y tinta, también un dibujo en mis manos.

Nunca dibuje mal, pero, como en muchas otras cosas, me entristecen las comparativas entres mis bocetos y las obras colgadas en luminosos pasillos de museos. Aun así tengo algo parecido a la sala de un museo en el Ateneo.

Hay una habitación circular de luz tenue y rojiza, como la que produce el fuego al alumbrar un salón desdé una chimenea. Sus pareces grisáceas de mármol irregular y sin pulir se dejan ver entre la infinitud de bocetos de monstruos -bestias, ángeles caídos, musas y deidades caprichosas- que cuelgan en toda la pared. Son dibujos de colores oscuros o brillantes pintados en papeles de unos cuarenta por treinta centímetros con los bordes maltratados por el tiempo y mi descuido. Sin marco, si orden aparente, sin directrices de horizontalidad o verticalidad.

En el centro de la sala hay un libro en un atril amplio con una pluma y su tintero rebosante de un líquido ocre. En él están los nombres de los monstruos y los de sus dueños; como era de esperar, esta mi nombre junto al de mis múltiples monstruos.

Algunas personas al entrar en el Ateneo me cuentan sus sueños, problemas, conflictos…: lo que cargan en su interior, sus monstruos en el sentido más amplio y bello de la palabra. Algunos lo hacen nada más entrar, otros al paso de las visitas, algunos, incluso, soy yo quien pregunta.

Sea como fuere, siempre se comienza una liturgia en la que nos sentamos en una pequeña y luminosa habitación próxima a esta peculiar sala circular. En ella yo pinto los monstruos que la persona trae consigo. Por cortesía los vasos siempre están medio llenos, como de luto, y el tiempo juega a no tener importancia.

El motivo es más practico que estético, como ya he dicho no he sido nunca un buen pintor. Al pintar los monstruos, al darles forma y color, se muestran como son. Al dibujar una bestia, con su terrorífico aspecto y su fiereza, queda encarcelada en solo dos dimensiones en comparación a las infinitas que podía tener en nuestro interior. Nuestro demonios, despojados de las sombras y rincones de nuestro ser, pierden poder de convicción; aunque sigo sin saber, a ciencia cierta, si los ángeles caídos conservan su salvaje belleza. Las deidades caprichosas, al perder su lejanía y egolatría, son más dóciles al dialogo. Y por ultimo, al pintar los entes oníricos, al ganar realidad, se hacen posibles y realizables.

Una vez terminado, cojo la pluma y apunto los nombres en el bestiario junto una bella y precisa descripción.

Por último, cuelgo en algún lugar de la sala circular el dibujo, por si es necesario retocarlo en un futuro, por si es necesario enseñárselo a alguien por un bien mayor.

El Bestiarium, es para mí, una de las posesiones más valiosas que tengo. No solo por ser una colección de altísimo valor, sino por lo que representa. Cuantos más monstruos recoja en él, mejor preparado estaré para describir y pintar al siguiente.

Abro el Bestiarum por la ultima pagina usada, la 231. Tomo la pluma y escribo:

 «Phoenix nigrum»- Lf. 

«El ave fénix negro: temor que renace al terminar de escribir un texto y muere al poner el titulo del siguiente»

Dejando la pluma con cuidado, alzo la mirada ¿Dónde pongo el maldito dibujo?

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