Querido Jorge:
Siempre he sentido una necesidad inexplicable de escribirte una carta, y nunca he sabido el motivo. Nunca lo he hecho porque podía sonar a despedida o por no tener nada que decir. Y pese a estos miedos, que aun albergo, quiero escribírtela; por si el egoísta de Dios te reclama antes de lo que me gustaría, porque al fin sé explicar lo que quería decirte.
Hoy, rodeado de cientos de personas, he visto salir la imagen de un cristo crucificado de la catedral de Valladolid. Las trompetas lloraban con majestuosidad, los tambores fijaban el paso con solemnidad, la gente en silencio hacia fotos o grababa con sus móviles. Y yo me hacia la misma pregunta de siempre. Como el recordatorio del sufrimiento de un hombre, un Dios, podía ser tan tremendamente bello. Supongo que es a lo que se refería Dostoiski con lo de «… solo la belleza salvara al mundo…».
Y solo entonces, bajo el silencio de respeto de todas las personas que me rodeaban, he comprendido lo que siempre he querido decirte y nunca he sabido expresarlo. Dios ha querido que seas la viva rencarnación de una imagen suya de la pasión. Y como esa imagen de un cristo crucificado, inspiras esperanza y fe a la gente. Dios ha querido que en toda ese sufrimiento y dolor que albergas con tanta alegría y paz, los demás, veamos la misma paz y alegría con la que hace dos mil años un hombre sufrió por nosotros.
Y como Él hizo con la imagen de la cruz, tú has trasformado tu enfermedad en belleza. Con cada palabra de aliento, con cada broma que hace menos dolorosa la realidad, con todas las sonrisas que sacas a los que te rodean, a los que te quieren. Y siendo un ejemplo de esperanza y fe que ningún pintor o escultor ha sido capaz de representar nunca. Y bajo es mirada de incomprensión del plan de Dios que teníamos al mirar esa estatua de un hombre crucificado, que la tuvo María y Juan a los pies de la cruz, que tenemos tantos al verte recaer en el cáncer otra vez, se esconde la mano de Dios y se hace más obvia que nunca la idea de que Él escribe en renglones torcidos.
Aunque no veamos un porque, lo habrá. Y de momento nos tenemos que conformar con lo que nos dice a través ti: que la vida es tremendamente valiosa e irrepetible, que la felicidad y la alegra existen aunque el dolor y el sufrimiento nos ahoguen, que la fe y la esperanza son increíblemente poderosas.
Y solo con esta idea calmo lo que me duele verte así, mientras exijo a Dios que este verano tomemos cerveza en la playa, que recorramos Valencia en moto y que sea el primer verano de muchos más.
Teniéndote en mi oración; atentamente
Luisfer.