Jugar solo al billar

He retomado la costumbre de jugar solo al billar. Si, pedir cerveza, remangarme los puños de la camisa y cantar lo que suene en el bar, mientras mi ego y yo nos rifamos lisas o rayadas. Lo solía hacer muy a menudo en bachillerato para estar solo un rato fuera de casa. Las cosas han cambiado, tal vez demasiado, tal vez demasiado poco. La cerveza es ahora un solitario whisky barato; antes las monedas siempre justas, ahora siempre cambio un billete.

¿Qué fue del chico de 17 años sin ojeras que escribía poemas en clases de historia y se subía a todas las plataformas de las discotecas? Según veo rodar las bolas recuerdo costumbres que tenía ese chaval de sonrisa tonta. Tenía una lista que de título ponía: «Recuerda que vas a morir». En ella había cosas que quería hacer, sueños que cumplir. Como ir a un concierto de Amaral, tener tortitas para desayunar o abrir un blog; en general bobadas. Creo que he cumplido casi todas, quedan de tachar (En mi mente porque la lista la perdí hace años) un tatuaje en el antebrazo y tener una pizarra en mi cuarto. No volvería a hacer una ahora, si son realmente mis sueños no tendría porque ponerlos en una lista para recordarlos.

Ahora las rayadas. Me doy cuenta de que mi expresión es seria, solía estar sonriente mientras ordenaba mis pensamientos jugando al billar. Puede que ahora haya demasiados más o que haya comprendido que la sonrisa es un bien escaso en esta sociedad para derrocharlo en soledad. En estos 4 años he cambiado muchas cosas que quería, y he soltado otras tantas que me ocupaban espacio en la americana. He reducido el tamaño de la maleta que tendría que hacer si quisiera dejar todo atrás y he cambiado la música que podría durante el viaje en tren. Creo que, sobretodo, cambiaría el destino. No tengo claro donde iría, pero si donde no volvería jamás.

Observó la mesa ya casi vacía de bolas nacaradas de colores. Ya no bebo vodka, ni me tiembla la voz nunca, ni duermo 12 horas. Pienso más lo que digo, sí; pero tampoco purgo mucho mis palabras. Rezo y fumo más. Lloro y frecuento floristerías cosa que antes no hacia. He dejado de dibujar y escribir con azul, aunque siempre será mi color favorito. Siempre quise complicarme la vida, y lo he consigo. Nunca fui prudente, pero ahora peco de temerario. Bebo demasiado café y no suelo llevar reloj. Regale la poca vergüenza que me quedaba a un montón de aplausos y compre la impuntualidad con todos los minutos que me habían hecho esperar.

Pago, supongo que los cambios son necesarios.

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