Es derecho del ganador el de escribir la historia y aun habiendo ganado, no lo haré. Y todo porque llegue tarde para ser el primero y pronto para ser último. Y la respuesta será siempre un sí, porque decir no sería una mentira, y vale que mentí al conocerte, pero ahora no soy capaz de mentir en la despedida. He prometido tantas veces que será la ultima, que ya no tiene valor que diga que esta lo puede llegar ser y aun así… lo volveré hacer.
No devolveré ni una de las sonrisas que te robe, ni reclamaré todos mis recuerdos, ya que son tuyos. No porque estés en todos, si no porque yo te los di. Dejaré mi privilegio de poder estar contigo en la mesilla, como quien deja una nota de suicidio. Me vestiré mientras aún estés dormida, para que puedas recordarme como un capullo y no como alguien que te quería. Y me marcharé como siempre: guardando el dolor en la americana fingiendo que nunca pasa nada y mintiendo a quien pregunta que no estoy arrepentido.
Pero tú, adicta a las despedidas, pedirás que volvamos a grabar una vez más la escena final. Pensando, tal vez, que no terminara como siempre. Pero vuelven a ser dos tazas de café usadas en la cocina desolada, un cenicero demasiado lleno en la mesilla y un último beso a la desesperada. Y tú, como siempre, morderás tu labio inferior esperando que nadie te obligue a mentir diciendo que no estas arrepentida.
Firmaremos una tregua más para reparar cada uno de los destrozos que nos hemos causado, para que la distancia apague tus mejillas sonrojadas, para que septiembre me obligue a veros juntos. Firmaremos porque la soledad me sienta bien, porque tu cordura empieza a desaparecer.
Una tregua más hasta que las mentiras no te quepan en el vuelo de tu falda, hasta que no sea capaz de excusar mi estúpida sonrisa, hasta que tus ojos vuelvan brillen con las últimas hojas del otoño, hasta que me consuma en cada calada. Hasta que, por las prisas, se nos olvide negar lo evidente.