Que maravilloso es el estado de mi cuarto cuando la unica palabra que puede definirlo es indecoroso. Apesta a tabaco y colonia dulce. El silencio solo lo rompe la lluvia que golpea en la ventana entreabierta y una respiración profunda y sutil. Esta oscura a pesar de estar entrada la mañana, la tormenta no ha tenido piedad con el sol. Todo está patas arriba como un en robo, la ropa se reparte los rincones y esquinas; la papelera yace debajo de la mesa y hay una botella, tirada y vacía, que marca a la cama como una brújula.

Al levantarme cedo a la almohada el protagonismo que antes tenia mi hombro obteniendo un bostezo de sincero reproche. Cojo una de las copas que adornan la mesilla, aún tiene un líquido espeso y del color meloso. La giro en mi mano mientras me peino y analizo cómo moverme por aquella habitación sin pisar nada. Bebo mientras recojo la pipa de la mesa, el tabaco de la américa que viste una silla y una caja de cerillas en el bolsillo del pantalón que se esconde en parte debajo de la cama.  Del cajón de la mesilla sacó una petaca y dejó caer el móvil que no cesa de parpadear en su lugar, no me preocupo en cerrarlo. Vuelvo a la cama recostando mi espalda en el cabecero obteniendo un bufido de incordio y una mirada expectante a la vez que la almohada vuelve a ser un segundo plato donde apoyar la cabeza.

Llenó la copa con la petaca. La lanzó contra un montón de ropa con el fin de no hacer ruido y me dispongo a cargar la pipa. Cuando la enciendo la mirada deja de ser de admiración y acurrucandose más a mi cierra los ojos. Fumo, bebo y juego con su pelo. El sonido de la lluvia me encandila como lo haría el crepitar del fuego y apuesto a que gota ganara la carrera que realizan al resbalar por el cristal.

Es increible lo poco que importa el caos y el desorden cuando todo va bien.