Querido Luisfer:
Me siento en deuda contigo por la carta que me enviaste (y nunca leí). Aún sigo mirando el buzón todos los días en busca de esa misiva, que sé que no llegará. Por eso, aprovecho hoy para escribirte, en respuesta a tus amores de verano.
Dices que esos amores son efímeros y terminan con la llegada del otoño, pero no siempre es cierto, creo yo. Porque hay relaciones que se fraguan en los calurosos días de verano, y que duran eternamente. Y no hablo de esa chica que recuerdas con cuarenta años en el sofá de tu casa. No. Hablo de una relación mucho más importante, mucho más duradera, y mucho más plena. Me refiero a una relación que tú estás consolidando, y yo, quizás, empezando. Decías al comenzar el verano, que no es para dormir y levantarse a las doce –para descansar ya está el invierno-. Y así es: el verano sólo tiene sentido si madrugas para cambiar las cosas. Las fiestas de agosto no son, para ti, comparables a estudiar Filosofía; ni, para mí, los desfases al terminar exámenes, a ir de campamento con unos niños. Y este compañero común es el que nos da la fuerza necesaria, el que se deja amar con facilidad extrema y siempre devuelve los favores. Porque en nuestros corazones siempre será verano si nos hacemos sus amigos. Es verdad que los cafés con hielo y un buen libro en una terraza, tocan a su fin. Pero, ¿acaso no podemos coger un café con hielo para llevar y estudiar un tomo apasionante en la biblioteca? Tan solo debemos cambiar la brisa del viento por la de nuestras ideas. Ya no veremos amanecer sino desde las aulas, pero que eso no nos impida disfrutar de ellos. Y ya no conversaremos alrededor de un buen mojito, pero conversaremos; eso siempre. Respecto a lo de andar descalzo sobre la hierba, bueno, todo es atreverse. Ahora que el frío apagará muchas sonrisas –no la tuya, ni la mía-, nuestra obligación es seguir fabricándolas. Por eso, que todo lo negativo no nos impida aportar toda nuestra genialidad a lo que nos vamos a encontrar. ¡No podemos traicionar a la Historia! ¡No perdamos la ilusión y construyamos un gran invierno! La canción de la vida sigue, tan sólo cambiamos de estrofa. Es una estrofa, la que viene, que aún no conocemos. Pero, como dices, ya no somos ningunos novatos, y aprenderemos deprisa a entonarla en sintonía y con fuerza, con determinación. Porque somos jóvenes, y es el momento de escuchar para aprender, pero -¿por qué no?- también es el momento de empezar a hacernos escuchar. Ya sabes que las relaciones no pueden mantenerse estáticas, sólo puedes hacer más fuertes los lazos, o deshacerlos. El Amor es una actitud, amigo mío, y mientras estemos en su compañía, todo saldrá bien. Supongo que a estas alturas ya sabrás de quién te hablo.
Puede que seamos jóvenes por creer en las personas y en que el mundo se puede cambiar, o puede que la felicidad ya haya pasado de moda. Pero mientras exista un loco que crea en ello, nada estará perdido. Decreta el final del verano, si quieres. Pero no olvidemos que ahora también empezamos algo, que la rueda de la Vida sigue girando, y que es el mejor momento para subirnos a ella. Es cierto: no sabemos dónde nos llevará esa rueda, pero empezamos a saber cómo queremos que gire.