Serendipia I

El agua rompe la roca, David derroto a Goliat, Blas de Lezo derroto a un flota que era 10 veces mayor. Es impresiónate como lo poco, como las cosas que, a priori, son insignificantes cambian las tornas de las batallas, de las historias.

Miraba los pilares de mi ser, eran blancos de mármol brillante y con biseles. Eran altos, y fuertes; sostenían estructuras más pequeñas, ni tan puras ni tan orgullosas como esos pilares. A su lado había más, algunos finos otros altos. Algunos lucían acabados su capitel, otros estaban rotos, inacabados o envejecidos. Paseaba a menudo entre ellos, fumaba apoyado a cada uno y colgaba dibujos y notas. Tenía una mesa donde escribía y trabajaba a la sombra y luz de los tres pilares, era una mesa vieja pero grande. Llevaba tiempo pensando en construir un pilar central, más grande y más bello que los otros tres, que fuera el centro de todo, y el mayor orgullo de aquel pequeño ateneo que era oscuro, frío y mío.

Cambie la mesa de lugar y hice los planos de ese pilar, encargue bloques y bloques de “marmo lunense”, talle noches y días, pieza a pieza. Un día mientras bailaba con los últimos rayos de sol, mientras cantaba y recitaba vi un anillo encima de la mesa, y una interrogación al margen de mis planos. Desate la cuerda que llevaba al cuello y lo sujete a mi muñeca. Pase toda la noche encendiéndome el cigarro con el anterior, la luz del, aun débil, sol brillaba en el anillo que se suspendía en mi muñeca.

Poco a poco seguí tallando, cuando me levante a buscar más whisky para mis hielos encontré el pilar del amor lleno de rosas rojas, sus espinas estaban clavadas en la blanca roca, y de ella brillaban unas cuantas perlas rojas. No era la primera vez que pasaba, pero siempre me sorprendía ver esas flores clavadas en el mármol. Las recogí una a una y las puse en un florero, cansado de verlas marchitar. Pero no son compatibles, esas rosas, con el nuevo pilar que he empezado a construir.

Baje a la bodega, encendí la suicida luz y busque una botella de whisky. Todas vacías, recorrí los pasillos llenos de polvo, no  buscaba algo en concreto. Vi la puerta que me conducía a mi destilería, hacía mucho tiempo que no la ponía en marcha, pero de vez en cuando iba a probar viejas elaboraciones. Al entrar, otra vez, se alzaban estanterías llenas de botellas de distintos colores, y nombres; que algún día serán explicadas y será justificada mi acción a la melancolía. Fui despacio buscando una en especial, vi la primera que fabrique, era oscura, muy oscura, La presidia una fecha “21 de septiembre de 2001” la historia de esa botella algún día merecerá la pena ser contada. Seguí andando y vi otra, muy bella, orgullosa y fría. La rodeaba una capa de fino hielo que impedía ver su nombre, pero lo sabía de memoria era un mes; aunque para mí siempre fue la causa de la primavera. Buscaba una de color verde, un verde ocre. Pero en su lugar vi una color granate, con una marca de lacre sellada con timidez. Estaba en un rincón, oscuro pero sin polvo. Era nueva, la tome y subí. El nombre estaba escrito con máquina de escribir, rezaba “TE  MO”. La abrí y vertí el líquido granate sobre mi vaso con hielos, el olor era dulce, era un licor suave. A tiempos era cálido y con sabor a taquicardias, y a otras era fresco con toques de música  y tequila.

Me recosté en una de las piezas ya labradas de mi futura columna de babel, vi las estrellas hacerme guiños y piropos. Representaban la historia de “Oniria e Insomia”, yo bebía.

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