Suena el despertador, abres lo ojos, miras a tu mujer, duerme placidamente a tu lado, yendo por el pasillo ves a tu hija dormir mientras un rayo, del todavía débil sol, ilumina su cara. Entre los amargos cafés y las malas noticias del periódico sales del edén, en el que las dos mujeres de tu vida, te habían introducido. Como todos los días sales de tu casa y ves la marca que te han impuesto, cual ganado, simbolizando que no eres igual, que no eres como ellos. Vas al trabajo, la gente te mira con lástima, pena, e indiferencia. No lo entiendes, eres el mismo que hace unas semanas, pero ya no te ven así, eres igual de alto, tal vez algún kilo de más, un poco más moreno y el pelo algo más despeinado de costumbre. Pero en resumen sigues siendo con el que llevan años trabajando, todos ellos han comido en tu casa, te felicitaron cuando fuiste padre, pero se ve que eso es parte del pasado. Cansado vuelves a casa ves otra vez esa marca, un símbolo, un distintivo, un funesto futuro. Esa noche se oyen gritos, tu hija llora escondida bajo tus brazos, tiembla. Entran por la fuerza, te arrebatan a tu hija, tu mujer cae muerta a escasos metros de ti por intentar oponerse. Esa misma noche miras tus mangas empapadas por las lagrimas de tu hija, vas siendo consciente que te ha quitado lo mas querías, te lo han quitado todo, solo queda la marca, una marca por no creer en lo mismo. Tus lagrimas caen al suelo metálico del camión, no sabes donde vas, solo que no volveras.

   Nadie negaría que las leyes de Muller fueron un error, y que el genocidio judío fue algo más que injustificado. Es obvio que en actualidad nadie lo permitiría o sí.
   Ahora la pregunta: ¿La historia es de un frio invierno de 1944 o de solitario verano de 2014?