No creo en la suerte por un motivo muy simple: siempre tengo suerte, y con lo poco que he aprendido en estadística, si algo ocurre siempre no hay azar, y sin azar la suerte queda un poco coja.
   Y es que como un amigo me dijo: si ves las cosas desde cerca no entenderás nada, pero si lo ves desde lejos puede que encuentres respuestas. Al mundo de la magia eso viene como anillo al dedo, pero la verdad es que aplicado a la vida no pierde sentido. Ya que muchas veces nos ocurren cosas que no son buenas, que podríamos decir que no tenemos suerte, pero al cabo de un tiempo las vemos con otros ojos incluso murmuramos un «que suerte».
   Mi caso por ejemplo: mi padre murió estando yo en holanda, tendría unos ocho años, y tuve que hacer frente a su ausencia, el traslado a España, la pérdida de mis amigos y las lágrimas de mi madre; sobre todo esto último. Visto entonces solo pude decir qué mala suerte. Pero visto ahora, veo lo que me ha hecho madurar, como me ha amueblado la cabeza el tener de tan pequeño esas preocupaciones, que ningún niño a mi alrededor tuvo. Veo lo que soy ahora gracias a aquello y con la madurez que soy capaz de tomar decisiones, en el fondo me vino bien, tuve suerte.

   No estoy diciendo que me gustase y que no cambiaría si me fuera posible la muerte de mi padre, solo digo que tuve la suerte de poder aprender una lección tan importante. Porque es increíble las vueltas que da la vida, y lo divertido que es dejarse impresionar por «la suerte», que en mi caso siempre es favorable. La suerte es para quien la busca, yo diría algo más, la suerte es de los optimistas, ya que los pesimistas acaparan con toda su supuesta mala suerte.