Quemar contenedores es un arte. Es una reminiscencia actual de un rito profundamente antiguo de sacrificio. Es la purificación mediante la destrucción. Es buscar la catarsis mediante la trascendencia que representan las llamas y el humo elevandose.
Lo primero es saber que no hay individuo en este ritual. No hay parte subjetiva, no hay ‘yo’, ‘tú’ o ‘él’. Hay un sujeto vació de toda concreción que representa lo universal, lo trascendente. Esto es una de las características que diferencia entre el rito y el mero vandalismo, ya que es lo que eleva el acto concreto, el aquí y el ahora, al momento intemporal, lo trasciende.
De la misma manera que el sujeto se ve convertido en carcasa vacía y es poseído por el ideal trascendental, el objeto se ve rebautizado. De ser algo terreno, mera materia formalizada, se ve convertido en un símbolo deíctico, algo que nos lleva a mirar más allá de las llamas y el humo. Nos hace preguntarnos no por lo que vemos, sino por lo que deberíamos ver en el fuego.
El acto ha de ser una manifestación del espíritu, y como tal debemos sentir la representación de la idea en el rito. Debemos ponernos al servicio de la firma trascendente en todo el proceso. No se puede quemar contenedores de cualquier manera, la forma importante tanto como el fondo. No importa tanto los procesos físicos que llevan a la combustión la materia sino el contexto performatico del mismo, de forma análoga de que no es lo mismo la quema indiscriminada de cadáveres que el rito funerario vikingo o griego clásico.
Por ultimo habría que hablar de lo mas esencial, la idea. Ya que no toda idea es buena para la quema de contenedores, o dicho de manera mas estricta, no toda idea legitima el acto. La idea es la causa y el fin al mismo tiempo, haciendo del rito un fin en si mismo. Por eso mismo no cabe la posibilidad de quemar contenedores por un fin externo al mero hecho de quemarlos. Del mismo modo, el quemar contenedores en contra de algo seria contradictorio, ya sea una institución, persona o idea.
Por eso mismo es parte crucial elegir la idea a conciencia. Esta ha de ser universal, de tal manera que cualquier persona por el mero de serlo, en esa circunstancia, quemara ese contenedor. Ha de ser lo suficientemente poderosa y ha de estar profundamente arraigada en tu alma como para no huir durante el proceso, para no renegar del acto, para sufrir, si fuera necesario, las consecuencias circunstanciales. Claudicar no esta permitido, de hacerlo, no seria un acto libre y se perdería el compromiso con la idea. Perdonarme la crudeza, pero si no estas dispuesto a sufrir, incluso morir, por la idea por la que quemas el contenedor, no mereces quemarlo.
Como he dicho es un arte, un proceso dialéctico, que de hacerse bien rompe el tiempo y el espacio, hace retumbar las conciencias de quien ve las llamas, inunda de temor y de esperanza a todo aquel que huele el humo, y trasgrede las fronteras lo meramente humano. Quemar contenedores ha de ser un acto de un espíritu fuerte, por el cual la idea se encarna como la superación de la mera materia imbuida en llamas. No es un acto de protesta, no es un acto de rebeldía o rebelión, no es trasgresor. Es arte. Y como tal su causa y fin es una idea, el proceso ha de ser un rito y el resultado o termino es la catarsis. Todo lo demás es mero vandalismo injustificado.