Me ha despertado la lluvia

Hoy me ha despertado la lluvia, siempre pensé que era un recurso literario. Como quien juega con el tempus fugit o el locus amoenus. Pero me despertó la lluvia que golpeaba en la ventana abierta. Y lejos de hacer lo que el resto de la humanidad hubiera hecho,  cerrar la ventana bajando algún santo del cielo, me he dado una ducha. Mientras iba a la cocina me he parado por primera vez delante de un cuadro que viste la entrada de mi casa. Es un mar vivo, crepitante y espumoso que es relatado por un triste lienzo viejo.
No queda una sola pared desnuda en aquella casa de varias generaciones. Espadas, Últimas Cenas, cuadros y retratos. Estanterías nuevas con viejos libros, cuadros nuevos con fotos de familiares que nunca he conocido. La cocina la decoran platos pintados, siempre los he odiado.
Al buscar el café me he percatado en el botellero, reinado por botellas de vino blanco, no me gusta el vino blanco, pero es una bella costumbre familiar que cumpliré cuando me quede solo. Busqué una botella de vino tinto que no pareciera de bar de carretera, la miré mientras mis manos la quitaban el polvo. Con aires de normalidad cogí un abridor, una copa de las que no se suelen usar porque son «buenas», menuda idiotez. El corcho seco se desintegró en mis manos y el bello líquido coloreó la copa. Volví a mi cuarto, me puse los cascos y a Sabina lo mas alto que el móvil me permitió. Un poco de tabaco y alguna que otra cerilla.
Y  paseé por mi casa que era una desconocida, con la única guía del ascua de mi pipa y la compañía de una copa de vino que algún virtuoso diría que es buena. Tengo veintidós años y visito mi casa como si fuera un extraño. Fumo como si fuera la primera vez que lo hiciera y me regodeo con un vino que no tengo claro si me gusta o me tiene que gustar.
Imaginar la gente que ha pasado por estos pasillos, estas habitaciones. Imaginar a esos fantasmas de las fotografías, esas historias detrás de cada cuadro. Me inunda una satisfactoria melancolía a la que Sabina saca a bailar. La absurda excentricidad de la situación me ha roba más de una sonrisa.
Creo que lo más valioso que he aprendido es disfrutar de este tipo de gilipolleces. Sacar el brillo trascendental a las cosas más mundanas que me rodean.