Somos un mecanismo de autodestrucción.
Un día hable sobre una botella de color verde, un liquido destilado de recuerdos y melancolía. En su estantería, donde duermen botellas y botellas, hay un texto gravado en mental que narra su historia.
Pero siempre hay formas más bellas que otras para joderse la vida. Y por bellas me refiero a ti. Nunca encontré un «no» que decirte y menos que aplicarme a tu presencia. Poco a poco, lo estoico se trasformó en masoquismo, y la magia que desprendías, en maldición. Quedando solo, del ocre de tus ojos, el veneno verde de su brillo, y de tu falta de aire en mi cuello, mi sobreabundancia de oxígeno para quedarme.
La luz que irradiábamos nos dejó ciegos. No vimos lo que parecía un altibajo más. Mi intencionada culpabilidad no tuvo argumentos para decir que aún merecía la pena. Aún así, page en recuerdos tu olvidó constante de quién tenía que pedir perdón. Gaste, sin errar, mi última bala en matar a cada uno de tus fantasmas. Pero todos necesitamos algo a lo que temer.
Me nombraste guardián de tus rincones y alimente como pude tus oscuridades. Pero de tu autoculpabilidad nació el monstruo que causaba tus lágrimas. Y aún no siendo verdad, creí en la necesidad de un sacrificio y puse mi nombre en el cartel de culpable. Y sin querer mirar, me creíste, una última vez, una de mis piadosas mentiras y me cediste el peso de todo lo ocurrido, antes de saltar.
No solo planeé, dirigí y ejecute mi propia autodestrucción, si no que cargue con la culpa de no haber sido, ni siquiera, la salvación de la tuya.
Tomando una de esas botellas salí de la bodega.